Soy de un planeta que no conoces. No te diré su nombre
porque probablemente no te suene de nada y tendrás problemas al pronunciarlo.
Nací con las antenas
largas y bonitas como mipu y el cuello
en espiral como piput. De mis grup-grup heredé unas orejitas con un canal
perfecto, señal de que sería muy inteligente. Todos esperaban grandes cosas de
mí. Que fuera la líder del planeta tal vez, un antepasado lo fue y yo me le
parecía mucho. Mipu se había graduado con honores en lo que estudió, algo con
un nombre tan complejo como el del planeta. Piput no estudió mucho, pero logró
montarse un taller de refacciones para naves de alta velocidad y es el mejor en
lo que hace. Mis grup-grup ya estaban viejos y retirados, como todos los
grup-grup, pero se habían esforzado mucho toda la vida. Yo debía estar a la
altura.
Cuando fui a la escuela con el resto de los piluts no fui
muy popular. No lograba hacer amigos. Me iba muy bien en clase, los maestros
estaban asombrados de que una pilut tan pequeña fuera tan avanzada. Eso no
ayuda con las relaciones sociales. No cuando los demás se equivocan al dar una
respuesta y allá vas tú a corregirle rauda y veloz y les haces quedar como
tont@s.
Mi pobre mipu no entendía cómo era posible que no llevara
nunca ningún compañero a casa de visita
o a jugar. No sabía explicarle que me pasaba todo mi tiempo libre en la
biblioteca, entre grandes y voluminosos
knopts y que casi nadie me
dirigía la palabra porque es incómodo hablarle a alguien cuyo único tema de conversación era todo lo que
leía y podía recitar de memoria.
Con el tiempo algunos se me acercaron, pero aún era la
lip-lut del lugar, lo que ustedes llamarían “rara”. Al pasar los años esos
también desaparecieron y llegaron otros que igualmente se fueron. Decepcioné a
mi alut completa. No fui nada de lo que esperaban. Conseguí un trabajo mediocre
donde nada de lo que sabía me era útil y donde nadie me valoraba lo suficiente.
Y me cansé. Me busqué un refugio, tomé mi nave y me largué.
Aterricé perfectamente. Era un día muy bonito. Comencé a
explorar el lugar, que me gustó de inmediato. Había elegido bien, muy bien de
hecho. A donde fuera que me volviera veía gente como yo y entonces sucedió el
milagro: hice amigos, amigos de verdad, amigos que me entendían y sabían de qué
hablaba cuando conversábamos.
Gente que ahora siempre está ahí para mí. Reímos, cantamos y
lloramos juntos si hace falta y lo enfrentamos todo codo a codo.
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