Tienes el don de aparecer cuando más te necesito. De llegar
con el abrazo que me devuelve el alma al cuerpo, justo a tiempo para secarme
las lágrimas y susurrar a mi oído “estoy aquí, y no me voy”, hacerme sentir
querida y amparada. Eres capaz de adivinar lo que pienso, de oler mi
tristeza y venir corriendo a curarla. De
ser mi fuerza y mi caballero con brillante armadura, siempre presto a
defenderme.
Pero ahora eres tú quien me necesita. Quien llega sangrando
y me muestras tus manos rotas, inútiles, cansadas. Tu armadura está rota,
ajada, oxidada después de una cruel batalla. Y me toca abrazarte, acariciar tu
pelo, acunarte en mi pecho como a un niño pequeño hasta calmarte. Besar tu
frente y llorar contigo.
Tú y yo somos un par de almas perdidas desandando un valle
de tinieblas, que tuvieron la suerte de chocar en la oscuridad y se quedaron
juntas. Nos tomamos de la mano y seguimos caminando, buscando una luz
cualquiera, un lugar mejor.
Conmigo siempre tendrás dónde reposar tu cabeza abrumada.
Di cuándo y cómo, que yo iré a ti. O te
esperaré con la puerta abierta si quieres venir.